Las historias verídicas más antiguas del mundo

Las pruebas reunidas en los últimos años muestran que algunas narraciones antiguas contienen registros bastante fiables de hechos verídicos.

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Nada se agitaba con el implacable calor del mediodía. Los árboles de caucho parecían agotados, casi sin vida. Los cazadores se agazaparon en el follaje, con sus largas y afiladas lanzas preparadas para soltarse en cualquier momento. Los gigantescos pájaros que eran objeto de su atención caminaban lentamente, con elegancia, sin sospechar nada. La mayoría de estas criaturas medían unos dos metros. La carne de un solo animal ofrecía sustento a la tribu durante un largo período de tiempo, pero los cazadores sabían que esta recompensa podía tener un precio. Los mihirung paringmal eran conocidos por dar una patada cruel y, a veces, mortal.

Los Tjapwurung, un pueblo aborigen en lo que en la actualidad es el sur de Australia, compartieron la historia de esta caza de aves de generación en generación a lo largo de un extenso periodo de tiempo, muchos más milenios de lo que se podría imaginar. Las aves (probablemente de la especie con el nombre científico Genyornis newtoni) conmemoradas en este cuento están extinguidas desde hace mucho tiempo. Sin embargo, la historia de los Tjapwurung sobre la tradición de respeto a la existencia (en inglés) de estas aves transmite cómo la gente perseguía animales gigantes. En el momento de esta cacería en particular, hace entre 5.000 y 10.000 años, los volcanes de la zona estaban en erupción, según escribió el etnógrafo aficionado James Dawson en su libro de 1881 Australian Aborigines, por lo que los científicos han podido corroborar esta historia de tradición oral mediante la datación de rocas volcánicas.

La extraordinaria antigüedad de dichas historias, que representan el conocimiento transmitido en gran parte por transmisión oral, no se ha podido demostrar hasta hace poco, lo que ha permitido apreciar el alcance y las implicaciones de la longevidad de los recuerdos en los que se basan estas historias. Otra de las historias de transmisión oral de este tipo trata sobre el pueblo klamath de Oregón, en el oeste de los Estados Unidos y cuenta una época en la que no existía el lago del Cráter, sino un volcán gigante que se elevaba sobre el paisaje en el que se encuentra el lago hoy en día. Según cuenta la historia, el díscolo dios del volcán, atormentado por una belleza local, amenazó a los klamath con furia y fuego a menos que la mujer accediera. Pero el pueblo llamó a su protector, una deidad rival, que luchó contra el dios del volcán y finalmente hizo que su hogar en la montaña se derrumbara sobre él y se llenara de agua. Durante los siguientes 7.600 años aproximadamente, los klamath enseñaron a cada nueva generación la importancia de evitar el Lago del Cráter para no molestar al dios malvado que había en su interior. Los geólogos han determinado con notable precisión que este es el momento de la erupción terminal del antiguo volcán, el Monte Mazama, y la creación del paisaje actual. Los klamath estuvieron allí todo el tiempo, y sus recuerdos de ese antiguo cataclismo han pasado al conocimiento colectivo actual.

 

https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Crater_Lake_from_Watchman_Lookout.jpg WikiCommons

 

Al igual que los aborígenes australianos, el pueblo klamath se alfabetizó en los últimos 200 años más o menos. Antes de eso, la sociedad era de transmisión oral. La información y las historias se transmitían verbalmente de una generación a otra. Normalmente, en tales sociedades, dos factores crean las condiciones necesarias para preservar milenios de determinadas historias de transmisión oral: cuenta cuentos especializados (en inglés) y un relativo aislamiento cultural.

¿Cuáles son los límites de estos recuerdos tan antiguos? ¿Durante cuánto tiempo puede transferirse el conocimiento en las sociedades de transmisión oral antes de que su esencia se pierda irremediablemente? En condiciones óptimas, como sugieren las edades determinadas por la ciencia para los hechos que se recuerdan en las historias antiguas, el conocimiento compartido oralmente puede durar, según se ha demostrado, más de 7.000 años, posiblemente 10.000, pero probablemente no mucho más.

Después de pasar la mayor parte de mi carrera como geógrafo-antropólogo en las Islas del Pacífico, donde desarrollé un enorme respeto por el conocimiento de la transmisión oral (tanto por su capacidad como por su longevidad), más recientemente me he centrado en las tradiciones mucho más largas de los australianos indígenas y en historias antiguas similares de otras culturas longevas. Mi libro de 2018,  The Edge of Memory: Ancient Stories, Oral Tradition, and the Postglacial World (en inglés), profundiza en la naturaleza de tales historias de muchas partes del mundo y defiende firmemente el reconocimiento de que los detalles que contienen a veces proporcionan registros más completos del pasado lejano que los que se pueden obtener fácilmente por otros métodos.

Australia, el continente insular, tiene aproximadamente el mismo tamaño que los Estados Unidos. Según investigaciones recientes (en inglés), se llegó allí por primera vez hace unos 65.000 años. Es probable que atravesasen la línea de Wallace, la brecha oceánica que resultó ser demasiado ancha para que otros animales la cruzaran, lo que explica por qué Australia tiene una biota tan singular. Sin embargo, a excepción de algunos contactos periféricos, las culturas australianas parecen haber evolucionado de manera aislada del resto del mundo durante la mayor parte de los últimos 65.000 años, al menos hasta que los europeos se establecieron allí en 1788.

Tal aislamiento cultural resultó ser una situación perfecta para la construcción y la preservación de historias antiguas. La indiscutible dureza del medio ambiente en la mayor parte de Australia hizo que resultase aún mejor. Después de la Antártida, es el continente más seco del mundo, la mayor parte es desierto.

Para los cazadores-recolectores aborígenes de Australia, el imperativo de transmitir información precisa sobre la naturaleza y las posibilidades del áspero terreno continental era evidente. Sin esa información, cuidadosamente acumulada por generaciones de antepasados, los niños de una tribu podrían no sobrevivir. La preservación mesurada de la historia parece haber sido una estrategia efectiva. En 1957, cuando el antropólogo Donald Thomson se puso en contacto con los aborígenes pintupi (bindibu) que vivían en el desierto central de Australia, pasó suficiente tiempo con ellos para ver que «se adaptaron a ese amargo entorno para poder reir profundamente y hacer que sus bebés fuesen los más gordos del mundo».

 


Este mapa de Australia muestra los 21 lugares donde los pueblos aborígenes tienen recuerdos de tiempos, de al menos hace 7.000, en las que el nivel del mar era más bajo que el actual. Patrick Nunn

 

En resumen, las condiciones únicas de Australia llevaron a algunas de las historias más antiguas del mundo.  Algunos recuerdan la época en que la superficie del océano era significativamente más baja de lo que lo es en la actualidad, la costa estaba mucho más alejada del mar, y los australianos podían atravesar tierras que ahora están bajo el agua. Estas historias se conocen en unos 21 lugares (en inglés) a lo largo de la costa australiana, y la mayoría se interpretan como recuerdos de una época en que el nivel del mar subía tras la última gran glaciación, un proceso que terminó hace unos 7.000 años en Australia. Según la evidencia, estas historias orales deben haberse transmitido durante más de siete milenios.

La isla de Fitzroy, a unas 3 millas de la costa este del norte de Queensland, ofrece un ejemplo. El nombre aborigen de la isla en Yidiɲɖi es «gabaɽ», que significa «brazo inferior» de un antiguo promontorio continental. El término describe una situación que solo podría haber sido cierta si el nivel del mar hubiese estado al menos tres kilómetros por debajo del actual. Después de que la última edad de hielo terminara hace unos 18.000 años, el hielo terrestre comenzó a derretirse y el nivel del mar empezó a subir. Los científicos saben cómo se desarrolló este proceso a lo largo de la mayoría de costas del mundo, cuándo comenzó y cuándo terminó, y lo baja que era la superficie del océano en determinados momentos. Por la isla de Fitzroy, el océano era tres kilómetros más bajo hace unos 9.960 años. Si el nombre original de «gabaɽ» de la Isla Fitzroy data de una época en que estaba visiblemente unida a la tierra firme, y no hay ninguna razón para sospechar lo contrario, entonces este recuerdo tiene casi 10 milenios de antigüedad, lo que significa que esta historia se ha transmitido oralmente a través de unas 400 generaciones.

Las descripciones de cómo la conexión terrestre con la isla se inundó por un océano en ascenso son similares a las historias de algunas costas del noroeste de Europa y de la India. Pero estas antiguas historias no se conservan con tanta claridad; muchas se han desplazado del ámbito del registro oral a la categoría de leyenda. Esto lo atribuyo al hecho de que las historias culturales de las personas que viven en esas regiones estaban menos aisladas.

 

Un cuadro de 1884 representa la leyenda de la destrucción de Ys, una ciudad legendaria que se inundó cuando la hija del Rey Gradlon, Dahut (la mujer que caía), abrió las compuertas que impedían el acceso al océano. Évariste Vital Luminais/Wikimedia Commons (en francés)

 

Una leyenda común de la costa de la Bretaña francesa cuenta de la existencia de una ciudad llamada Ys en la Bahía de Douarnenez en una época en que la superficie del océano era más baja que la actual. El Rey Gradlon, que gobernaba desde Ys, la protegió del océano y construyó elaboradas barreras marinas que permitieron que la ciudad se drenase en cada marea baja a través de una serie de compuertas. Pero una noche, con la marea alta, su hija Dahut, poseída por los demonios, abrió las compuertas y el océano inundó la ciudad y forzó su abandono. Hoy en día nadie sabe dónde estaba esa ciudad. Con el mismo razonamiento que para la isla de Fitzroy, es posible que si Ys llegó a existir alguna vez (y la razón por qué deberíamos pensar que se inventó una historia tan persistente con un tema que de otra manera sería poco claro) la inundación ocurrió hace más de 8.000 años.

Hoy en día muchos de nosotros confiamos tanto en la palabra escrita, que absorbe los mensajes que transmite incontables veces cada día, que es difícil imaginar cómo sería la vida sin ella. Cuando necesitamos aprender algo, lo buscamos y encontramos una respuesta en las páginas de un libro o en una pantalla.

En las sociedades preliterarias, las historias orales también se utilizaban como algo necesario y significativo, y transmitían una serie de conocimientos y experiencias humanas. En algunos casos, particularmente en entornos hostiles como Australia, donde cierta información era clave para la supervivencia, existían métodos rígidos de transferencia de conocimiento intergeneracional. Conocimientos esenciales, como los necesarios para encontrar agua y refugio, o para saber qué alimentos estaban presentes y dónde, se transmitieron a lo largo de líneas patriarcales pero se verificaron de forma rutinaria para comprobar la exactitud e integridad entre esas líneas.

Sin embargo, el conocimiento también se intercambió de generación en generación a través de canciones, bailes y actuaciones. En las sociedades aborígenes australianas, la geografía y la historia se contaban a medida que la gente se trasladaba a lo largo de trazos de canción, que eran rutas recordadas en todo el territorio. Sus memorias se impulsaron por tramos de tierra particulares. Incluso el antiguo arte rupestre puede haberse creado como ayuda a la memoria, para ayudar a los narradores a recordar determinadas piezas de información. Hoy en día, muchos grupos aborígenes mantienen vivos sus antiguos recuerdos de trazos de canción.

Estas tradiciones orales podrían considerarse como «libros» que se guardaban en las bibliotecas mentales de aquellos que las habían escuchado y memorizado. El conocimiento se transmitía «leyendo» esos libros en voz alta a los jóvenes, algunos de los cuales los memorizaban y luego los «leían» a otros. De este modo, esas antiguas historias siguen vivas hoy en día, desde eventos memorables como la formación del lago del Cráter o la inundación de tierras a lo largo de la franja australiana, hasta la información sobre el nombre de lugares y sus asociaciones.

Haz una pausa y considera todo lo que esto significa.

La humanidad tiene recuerdos de eventos que ocurrieron hace 10 milenios. Esta conclusión va en contra de lo que muchos antropólogos y demás han inferido sobre la base fáctica y la longevidad de tales tradiciones orales. La ciencia, en general, las ha tratado despectivamente, considerándolas en gran medida como curiosidades antropológicas, minucias que definen culturas particulares. Ahora muchos de nosotros nos vemos obligados a mirar las historias antiguas como potencialmente más significativas. La preservación de las tradiciones orales existentes, en cualquier cultura en que aún se puedan encontrar, es imperativa, ya que ayudan a definirnos a todos.

 

Escrito por Patrick D. Nunn (en inglés) profesor de geografía en la Universidad Sunshine Coast de Australia.

Este trabajo apareció por primera vez en SAPIENS (en inglés) bajo una licencia CC BY-ND 4.0 (en inglés). Lee el original aquí (en inglés).

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